miércoles, 27 de junio de 2012

domingo, 24 de junio de 2012

lunes, 18 de junio de 2012

Hacia la luz

La esperanza es un sentimiento extraño. Lo contrario del sano entendimiento. Nos insufla nuevas fuerzas, pero a vecestambién nos impide ver el mundo de manera objetiva. Recurrimos a ella para justificar actuaciones irreflexivas y la rechazamos cuando puede interferir en una decisión seria. 

A veces, una estimación objetiva nos dirá cuán ilusoria puede ser una determinada perspectiva, y, sin embargo, no por eso renunciamos a la esperanza. Puede darse el caso de que abandonemos la esperanza que habíamos depositado en algo y capitulemos, tan sólo para recaer en los mismos anhelos un momento después.

¿Y cómo es que la pérdida de la esperanza conduce a algunos hasta la desesperación y para otros es tan sólo el camino del conocimiento? ¿El cumplimiento de nuestros deseos depende de la intensidad de nuestras esperanzas? Son muchas preguntas. Cada uno las responde a partir de su propia experiencia. Pero hay algo que es seguro: la esperanza es un sentimiento extraño.


Hacia la luz

¿Hay algo que motive más que el miedo? ¿Algo que influya en la misma medida en nuestros actos? ¿Qué significa el miedo para cada uno de nosotros? El miedo es inconstante y veleidoso. Ingenioso y artero. A menudo nos hace las cosas más extrañas. Por él lloramos y reímos, nos sometemos y nos volvemos traidores, sentimos miedo y vergüenza. Por él acusamos a otro de alarmismo, a la vez que llamamos "lógica prevención" a nuestros propios temores.

¿Tendríamos que avergonzarnos por nuestro miedo? ¿Combatirlo? ¿O más bien tratarlo con indulgencia? El miedo tiene, en verdad, un gran poder. Sin él, la vida es demasiado tranquila, incluso aburrida, y con él, puede volverse insoportable. Puede hacer que la vida se vuelva pálida y sin valor, o, al contrario, luminosa y rica.

¿En qué forma aparecerá? Eso depende tan sólo de él. Pero existe una regla igualmente válida para todo el mundo: no podemos tolerar que el miedo nos asalte con demasiada frecuencia. Mejor no atraerlo hacia nosotros. No dejarlo entrar en nuestra alma. Porque jugar con el miedo es peligroso. Y la apuesta que implica es demasiado elevada.