sábado, 29 de junio de 2013

Lágrimas en la guitarra

Siempre me ha gustado estar solo en mi habitación. La habitación de uno es como su templo, su lugar más especial, pues esas cuatro paredes te han visto tal y como eres. Me gusta observarlas mientras ellas me devuelven la mirada y yo hago como que, en realidad, no he visto nada. Debo parecer un loco diciendo esto, pero me encanta sentarme en un punto de la habitación que, gracias, no es ni muy grande ni muy pequeña, tiene el tamaño perfecto para mí. Me siento a hacer un par de punteos con la guitarra, que me inspiren y me hagan sentir cosas que no llego a comprender bien. Me siento en puntos diferentes cada vez, para observar esta mi habitación desde distintos ángulos y distintas perspectivas, desde las que nunca antes había mirado. Siempre reparo en algo en lo que nunca me había fijado, y entonces sé que está ahí, aunque no lo vea debido a la forma en que lo miro normalmente. Porque me gusta ver las cosas de otro modo, de otra forma, de otra manera, desde otra perspectiva, y saber que, efectivamente, esas cosas siguen ahí, tal y como tú las dejaste aquel día que probablemente has olvidado, o que nunca vas a olvidar. 

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