viernes, 2 de julio de 2010


Después de misa, siempre había un niño esperando en la puerta de atrás.
Un día, el niño me confesó que había matado a su perro con una pala.
El perro había mordido a su hermana pequeña en la mejilla y tuvo que protegerla.
Entonces le dije que Dios lo entendería, que si el niño se arrepentía tendría el perdón de Dios.
Pero el niño no buscaba el perdón.
Quería saber si cuando fuera al infierno, el perro le estaría esperando allí.

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