jueves, 18 de noviembre de 2010

Del mismo modo que hay gente que muere de amor, de éxito o de belleza, también hay quien muere de inteligencia.
Ser un tipo listo y estar rodeado de memos puede suponer a primera vista una ventaja, pero no siempre es así.
El empollón de la primera fila, el niño listo que levanta la mano para responder a cualquiera de las preguntas del profesor, el chaval que se sabe al dedillo las normas básicas del civismo y encima las pone en práctica, recordando a todos los demás con su celo, lo lejos que están de la perfección...
Éste termina siendo el más odiado, la diana perfecta para que los otros, sabedores de su propia medianía, lancen sus dardos más envenenados.


El inteligente no utilizará ciertas tretas que considera muy rastreras porque es consciente, dolorosamente consciente de sí mismo frente al mundo, mientras que sus oponentes, con tal de verlo en aprietos, se arrastrarán por el fango sin problemas, porque no hay suciedad que no pueda quitar una ducha de agua caliente.


El inteligente siempre tratará de mostrarse elegante con sus contrarios cuando vence y humilde aunque orgulloso cuando pierde, pero sus enemigos no le harán ascos a un puntapié, a una zancadilla airosa, a meterle el dedo en el ojo con tal de conseguir aquello que desean. 
El inteligente, si no se anda con cuidado, destacará tanto por encima de sus compañeros, colegas, amigos...que éstos acabarán viéndolo como un peligro, como aquel que hace sombra a los demás, y por eso mismo, debe ser destruido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario