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Sacó el orinal de debajo de la cama y levantó la tapa.
No había habido ningún cambio en el tamaño de su pene, al que llamaba su "pito"; seguía siendo la misma colita infantil que había sido siempre.
Tenía la esperanza de que hubiese empezado a crecerle la víspera de su cumpleaños, o si no, al menos, de ver brotar algún que otro pelo negro alrededor, pero se llevó una gran decepción.
Para su mejor amigo, Tommy Griffiths, que había nacido el mismo día que él, la cosa había sido distinta:
le había cambiado la voz y hasta le había salido una especie de pelusilla oscura encima del labio superior.
Además, para colmo, su pito era como el de un hombre hecho y derecho.
Aquello era indignante.
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