miércoles, 16 de noviembre de 2011

Anécdotas del Licenciado Perra (III)

Corría el año 1440, yo estaba en Maguncia, Alemania, de vacaciones nivales. De pronto se me ocurrió que tenía que haber una forma de propagar mis ideas, por lo que decidí hacer que alguien inventara la imprenta. Seleccioné a un hombre que vi un domingo de mercado, en el puesto del herrero, se llamaba Johannes Gutenberg. Me presenté en su casa aquella tarde y bajamos a su taller. Una vez allí, lo encadené a una roca oportunamente colocada en el centro de la estancia y, echándole un frasco de tinta de calamar en su cara, cogí unos papeles y se los estampé en la cara, uno a uno, durante 4 horas. Cuando iba por el papel número 802, el alemán se dio cuenta de lo que yo pretendía. Después de desencadenarlo y limpiarle la cara metiéndole la cabeza en un tonel de agua fría, me dijo que ya había sufrido suficiente, que haría lo que fuera, que la idea de inventar una imprenta era algo extraordinario y nuevo para la humanidad. Y la inventó.

Después, volví a tirarle un tarro de tinta a la cara, los compuestos químicos de la sustancia le corrosieron la cara. Me coloqué el bombín y volví a casa.
Aquella noche cené ancas de rana, ranas de mis enemigos.

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