Dejo que oiga mis pasos. Se queda rígida un instante. Es muy deseable. No es su rostro, ni su físico, ni su voz. Son sus ojos, las cosas que veo en sus ojos. Una serenidad salvaje. Quiere huir, pero afrontará lo que tiene que afrontar, pero no quiere hacerlo sola. El viento se eleva electrizante. Ella es dulce y cálida, casi etérea. Su perfume es una dulce promesa que hace aparecer lágrimas en mis ojos. Le digo que no se preocupe, que la salvaré de todo cuanto la asuste, que la llevaré muy lejos. Le digo que la quiero. El silenciador hace del disparo un susurro. La abrazo fuerte mientras se desvanece. Ya nunca sabré de qué huía. Cobraré el cheque por la mañana.
miércoles, 3 de abril de 2013
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